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"Cerca del Mar" (Óleo sobre lienzo)
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Entiendo
que en épocas pasadas no había el suficiente conocimiento
científico y humanístico de la realidad física, biológica,
cultural, etc., que llevara a una convicción sobre nuestra propia
naturaleza, pero hoy en día los conocimientos alcanzan sobradamente
para ello. Nos
es, sin embargo,
difícil imaginar cómo pueden ser las experiencias de muchos otros
seres vivos. Pero en nuestro caso —como
en el caso de otros seres—, desde luego, en
tanto que somos como somos, estamos
experimentando desde nuestra propia perspectiva esta existencia;
existencia que, nosotros, podemos constatar. Personalmente encuentro
una prueba de la existencia, precisamente, en el hecho de permanecer
siempre en mi perspectiva interna y corporal y,
en suma, de constituir un cuerpo con todas las vicisitudes que
conlleva, lo que sería indicio de que
soy, efectivamente, un organismo vivo que está accediendo a la
realidad de la forma natural en que puede hacerlo y, de momento, sólo
de esa forma. Y dicha persistente perspectiva me parece que prevalece
sobre la faceta onírica, sobre posibles experiencias alucinógenas,
experiencias extracorporales cercanas
a la muerte, etc.
¿Aunque,
realmente hacen falta pruebas de la
existencia?
Como dice José Ferrater Mora en Fundamentos
de filosofía:
No
necesitamos ni siquiera una garantía de que el mundo existe. Más
que escapársenos de las manos, en el curso de excogitaciones
filosóficas, el mundo nos acosa, persigue, y hasta agobia.
Según,
también, José
Ferrater Mora en El ser y la muerte:
«Hay
varios grados de cesabilidad, desde la pura y simple terminación de
la existencia hasta lo que se entiende por “muerte”». Comparemos
dos ejemplos de realidades diferentes
y como se
comportan a la hora de abandonarnos. Un
vaso de cristal no sabe nada de sí ni de ninguna otra cosa, según
nuestras apreciaciones ni siquiera puede llegar a saber nada de nada.
En este primer
ejemplo, nuestro
vaso está roto.
Su vida útil ha acabado, pues no va a ser reparado, ni siquiera va a
ser reciclado. Al ser tirado a la basura, con
cierta sensación de fastidio de quien
eso hace, el vaso roto está
siendo desechado. Ni de haber dejado de ser útil, ni de haber sido
desechado sabe nada
el vaso, pues no tiene ese tipo de
capacidades. El
camión de la basura lo terminará
de triturar y depositará sus restos en un vertedero. El vaso es
ahora una serie de fragmentos de cristal esparcidos aquí y allá sin
la configuración que consiste en ser un vaso. El vaso ha cesado. En
el segundo ejemplo vamos a considerar a una persona. Una
persona cualquiera
que afronta una enfermedad que podría
acabar con su vida y sabe
que esta
corre grave peligro o puede convencerse de que se acaba. Saberse
enfermo o enferma le causará una impresión que tendrá que
gestionar. Tendrá que padecer los rigores de la enfermedad y
posiblemente del tratamiento. Su ánimo, en adelante, estará
determinado por el modo en el que
afronte lo
que le está pasando. No se si en el mejor de los casos, pero sí en
un buen caso, quienes le estiman le darán afecto, apoyo y no querrán
que sufra. La enfermedad sigue un curso fatídico y esta hipotética
persona enfrenta el fin de sus días. Finalmente muere. Como era de
esperar la historia del vaso roto no incluye sensaciones,
sentimientos ni razonamientos de este
ante su final; la historia de la persona enferma, manifiestamente,
sí. La realidad inerte está asociada a la insensibilidad,
mientras
que la
realidad biológica participa ampliamente de una
sensibilidad que la define.
Pero
la atribución de vida o la constatación de su ausencia
no se ha hecho efectiva de una vez para siempre en un lugar
determinado o en una época concreta. Culturas, religiones y
corrientes de pensamiento ( el animismo, la mitología mediante
personificaciones, el hilozoísmo o la hipótesis Gaia por ejemplo)
extendían o extienden las
fronteras de lo vivo más allá de sus límites naturales. Al
mismo tiempo, en un sentido
opuesto, se les ha negado, y se les niega, a determinados seres vivos
el valor de su vida o de algunos aspectos de ella, cosificándolos
por hacer uso de ellos o por costumbre.
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"Paisaje" (Dibujo digital)
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Aunque
no creo que vivamos en el mejor de los mundos posibles —en realidad
me parece que el mundo contiene inmanentes
soluciones de
partida faltas de inteligencia y
sensibilidad— creo que, a pesar de
todo, en algunas circunstancias,
se puede llegar a
apreciar cierto equilibrio que muy bien podría no existir.
Equilibrio que, en realidad, puede estar
ausente debido a las situaciones de gran sufrimiento, de graves
injusticias o de sinrazón que pueden afectar al individuo o a la
colectividad. Sin embargo creo que estamos adaptados para estimar los
casos particulares en los que se concreta dicho relativo e inestable
equilibrio.
Charles
Darwin realiza el siguiente razonamiento sobre qué
prevalece en el
mundo, si
desgracias o
dichas:
[…]
podríamos preguntarnos cómo se puede explicar la disposición
generalmente beneficiosa del mundo. Algunos autores se sienten
realmente tan impresionados por la cantidad de sufrimiento existente
en él, que dudan —al contemplar a todos los seres sensibles— de
si es mayor la desgracia o la felicidad, de si el mundo en conjunto
es bueno o malo. Según mi criterio, la felicidad prevalece de manera
clara, aunque se trata de algo muy difícil de demostrar. Si
admitimos la verdad de esta conclusión, reconoceremos que armoniza
bien con los efectos que podemos esperar de la selección natural. Si
todos los individuos de cualquier especie hubiesen de sufrir hasta un
grado extremo, dejarían de propagarse; pero no tenemos razones para
creer que esto haya ocurrido siempre, y ni siquiera a menudo. Además,
otras consideraciones nos llevan a creer que, en general, todos los
seres sensibles han sido formados para gozar de la felicidad.
[…]
un animal puede ser inducido a seguir el rumbo más beneficioso para
su especie mediante padecimientos como el dolor, el hambre, la sed o
el miedo, o mediante placeres como el de la comida y la bebida y el
de la propagación de su especie, etc.,
o por ambos medios combinados, como ocurre en el caso de la búsqueda
de alimentos. Pero, si se prolonga durante mucho tiempo, cualquier
tipo de dolor o sufrimiento causa
depresión y reduce la capacidad de acción; no obstante, es muy
apropiado para hacer que una criatura se prevenga contra cualquier
mal grande o repentino. Por otra parte, las sensaciones placenteras
pueden prolongarse durante mucho tiempo sin un efecto depresivo; al
contrario, incitan a la totalidad del sistema a incrementar su
actividad. Así es como ha podido ocurrir que la mayoría o todos los
seres sensibles hayan evolucionado de ese modo por medio de la
selección natural, y que las sensaciones placenteras les hayan
servido de guías naturales. Lo vemos en el placer derivado del
esfuerzo, a veces, incluso, de un gran esfuerzo físico o mental —en
el placer que nos causan nuestras comidas diarias y, en especial, en
el obtenido de la sociabilidad y del amor a nuestras familias—. La
suma de esa clase de placeres, que son habituales u ocurren a menudo,
proporciona a la mayoría de
los seres sensibles un grado de dichas superior a las desgracias
—cosa de la que apenas puedo dudar—, aunque su sufrimiento pueda
a veces ser grande. [...]
Nadie
discute que en el mundo hay mucho sufrimiento. Por lo que respecta al
ser humano, algunos han intentado explicar esta circunstancia
imaginando que contribuye a su perfeccionamiento moral. Pero el
número de personas en el mundo no es nada comparado con el de los
demás seres sensibles, que sufren a menudo considerablemente sin
experimentar ninguna mejora moral. Para
nuestra mente, un ser tan poderoso y tan lleno de conocimiento como
un Dios que fue capaz de haber creado el universo es omnipotente y
omnisciente, y suponer que su benevolencia no es ilimitada repugna a
nuestra comprensión, pues, ¿qué ventaja podría haber en los
sufrimientos de millones de animales inferiores durante un tiempo
casi infinito? Este
antiquísimo argumento contra la existencia de una causa primera
inteligente, derivado de la existencia del sufrimiento, me parece
sólido; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de una
gran cantidad de sufrimiento concuerda bien con la opinión de que
todos los seres orgánicos han evolucionado mediante variación y
selección natural. (Charles Darwin, Autobiografía, Editorial Laetoli, S.L. Pamplona. 2008, págs.:
79-80)