Desde la crisálida

jueves, 16 de marzo de 2023

Una aproximación a la naturaleza de lo existente (3)


 

Cerca del mar
"Cerca del Mar" (Óleo sobre lienzo)



 

Entiendo que en épocas pasadas no había el suficiente conocimiento científico y humanístico de la realidad física, biológica, cultural, etc., que llevara a una convicción sobre nuestra propia naturaleza, pero hoy en día los conocimientos alcanzan sobradamente para ello. Nos es, sin embargo, difícil imaginar cómo pueden ser las experiencias de muchos otros seres vivos. Pero en nuestro caso —como en el caso de otros seres—, desde luego, en tanto que somos como somos, estamos experimentando desde nuestra propia perspectiva esta existencia; existencia que, nosotros, podemos constatar. Personalmente encuentro una prueba de la existencia, precisamente, en el hecho de permanecer siempre en mi perspectiva interna y corporal y, en suma, de constituir un cuerpo con todas las vicisitudes que conlleva, lo que sería indicio de que soy, efectivamente, un organismo vivo que está accediendo a la realidad de la forma natural en que puede hacerlo y, de momento, sólo de esa forma. Y dicha persistente perspectiva me parece que prevalece sobre la faceta onírica, sobre posibles experiencias alucinógenas, experiencias extracorporales cercanas a la muerte, etc.

 

¿Aunque, realmente hacen falta pruebas de la existencia? Como dice José Ferrater Mora en Fundamentos de filosofía:


No necesitamos ni siquiera una garantía de que el mundo existe. Más que escapársenos de las manos, en el curso de excogitaciones filosóficas, el mundo nos acosa, persigue, y hasta agobia.


Según, también, José Ferrater Mora en El ser y la muerte: «Hay varios grados de cesabilidad, desde la pura y simple terminación de la existencia hasta lo que se entiende por “muerte”». Comparemos dos ejemplos de realidades diferentes y como se comportan a la hora de abandonarnos. Un vaso de cristal no sabe nada de sí ni de ninguna otra cosa, según nuestras apreciaciones ni siquiera puede llegar a saber nada de nada. En este primer ejemplo, nuestro vaso está roto. Su vida útil ha acabado, pues no va a ser reparado, ni siquiera va a ser reciclado. Al ser tirado a la basura, con cierta sensación de fastidio de quien eso hace, el vaso roto está siendo desechado. Ni de haber dejado de ser útil, ni de haber sido desechado sabe nada el vaso, pues no tiene ese tipo de capacidades. El camión de la basura lo terminará de triturar y depositará sus restos en un vertedero. El vaso es ahora una serie de fragmentos de cristal esparcidos aquí y allá sin la configuración que consiste en ser un vaso. El vaso ha cesado. En el segundo ejemplo vamos a considerar a una persona. Una persona cualquiera que afronta una enfermedad que podría acabar con su vida y sabe que esta corre grave peligro o puede convencerse de que se acaba. Saberse enfermo o enferma le causará una impresión que tendrá que gestionar. Tendrá que padecer los rigores de la enfermedad y posiblemente del tratamiento. Su ánimo, en adelante, estará determinado por el modo en el que afronte lo que le está pasando. No se si en el mejor de los casos, pero sí en un buen caso, quienes le estiman le darán afecto, apoyo y no querrán que sufra. La enfermedad sigue un curso fatídico y esta hipotética persona enfrenta el fin de sus días. Finalmente muere. Como era de esperar la historia del vaso roto no incluye sensaciones, sentimientos ni razonamientos de este ante su final; la historia de la persona enferma, manifiestamente, sí. La realidad inerte está asociada a la insensibilidad, mientras que la realidad biológica participa ampliamente de una sensibilidad que la define.


Pero la atribución de vida o la constatación de su ausencia no se ha hecho efectiva de una vez para siempre en un lugar determinado o en una época concreta. Culturas, religiones y corrientes de pensamiento ( el animismo, la mitología mediante personificaciones, el hilozoísmo o la hipótesis Gaia por ejemplo) extendían o extienden las fronteras de lo vivo más allá de sus límites naturales. Al mismo tiempo, en un sentido opuesto, se les ha negado, y se les niega, a determinados seres vivos el valor de su vida o de algunos aspectos de ella, cosificándolos por hacer uso de ellos o por costumbre. 

 

 

"Paisaje" (Dibujo digital)
"Paisaje" (Dibujo digital)

 

 

Aunque no creo que vivamos en el mejor de los mundos posibles —en realidad me parece que el mundo contiene inmanentes soluciones de partida faltas de inteligencia y sensibilidad— creo que, a pesar de todo, en algunas circunstancias, se puede llegar a apreciar cierto equilibrio que muy bien podría no existir. Equilibrio que, en realidad, puede estar ausente debido a las situaciones de gran sufrimiento, de graves injusticias o de sinrazón que pueden afectar al individuo o a la colectividad. Sin embargo creo que estamos adaptados para estimar los casos particulares en los que se concreta dicho relativo e inestable equilibrio.

 

Charles Darwin realiza el siguiente razonamiento sobre qué prevalece en el mundo, si desgracias o dichas:

[…] podríamos preguntarnos cómo se puede explicar la disposición generalmente beneficiosa del mundo. Algunos autores se sienten realmente tan impresionados por la cantidad de sufrimiento existente en él, que dudan —al contemplar a todos los seres sensibles— de si es mayor la desgracia o la felicidad, de si el mundo en conjunto es bueno o malo. Según mi criterio, la felicidad prevalece de manera clara, aunque se trata de algo muy difícil de demostrar. Si admitimos la verdad de esta conclusión, reconoceremos que armoniza bien con los efectos que podemos esperar de la selección natural. Si todos los individuos de cualquier especie hubiesen de sufrir hasta un grado extremo, dejarían de propagarse; pero no tenemos razones para creer que esto haya ocurrido siempre, y ni siquiera a menudo. Además, otras consideraciones nos llevan a creer que, en general, todos los seres sensibles han sido formados para gozar de la felicidad.

[…] un animal puede ser inducido a seguir el rumbo más beneficioso para su especie mediante padecimientos como el dolor, el hambre, la sed o el miedo, o mediante placeres como el de la comida y la bebida y el de la propagación de su especie, etc., o por ambos medios combinados, como ocurre en el caso de la búsqueda de alimentos. Pero, si se prolonga durante mucho tiempo, cualquier tipo de dolor o sufrimiento causa depresión y reduce la capacidad de acción; no obstante, es muy apropiado para hacer que una criatura se prevenga contra cualquier mal grande o repentino. Por otra parte, las sensaciones placenteras pueden prolongarse durante mucho tiempo sin un efecto depresivo; al contrario, incitan a la totalidad del sistema a incrementar su actividad. Así es como ha podido ocurrir que la mayoría o todos los seres sensibles hayan evolucionado de ese modo por medio de la selección natural, y que las sensaciones placenteras les hayan servido de guías naturales. Lo vemos en el placer derivado del esfuerzo, a veces, incluso, de un gran esfuerzo físico o mental —en el placer que nos causan nuestras comidas diarias y, en especial, en el obtenido de la sociabilidad y del amor a nuestras familias—. La suma de esa clase de placeres, que son habituales u ocurren a menudo, proporciona a la mayoría de los seres sensibles un grado de dichas superior a las desgracias —cosa de la que apenas puedo dudar—, aunque su sufrimiento pueda a veces ser grande. [...]

Nadie discute que en el mundo hay mucho sufrimiento. Por lo que respecta al ser humano, algunos han intentado explicar esta circunstancia imaginando que contribuye a su perfeccionamiento moral. Pero el número de personas en el mundo no es nada comparado con el de los demás seres sensibles, que sufren a menudo considerablemente sin experimentar ninguna mejora moral. Para nuestra mente, un ser tan poderoso y tan lleno de conocimiento como un Dios que fue capaz de haber creado el universo es omnipotente y omnisciente, y suponer que su benevolencia no es ilimitada repugna a nuestra comprensión, pues, ¿qué ventaja podría haber en los sufrimientos de millones de animales inferiores durante un tiempo casi infinito? Este antiquísimo argumento contra la existencia de una causa primera inteligente, derivado de la existencia del sufrimiento, me parece sólido; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de una gran cantidad de sufrimiento concuerda bien con la opinión de que todos los seres orgánicos han evolucionado mediante variación y selección natural. (Charles Darwin, Autobiografía, Editorial Laetoli, S.L. Pamplona. 2008, págs.: 79-80)

 

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