Desde la crisálida

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jueves, 25 de abril de 2024

LAS IMÁGENES OBVIADAS

 

   

    Yo he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. (Blade Runner, 1982)


    

     Nuestra relación con el mundo y con nuestra interioridad consiste en experiencias que tienen como destacadas vivencias privadas las imágenes. Entre las imágenes posibles están las imágenes visuales, pero también las auditivas, las olfativas, las gustativas, las somatosensoriales. Para Antonio Damasio en La sensación de lo que ocurre, además, «las imágenes se construyen bien cuando nos relacionamos con objetos, sean personas, lugares o dolores de muelas, del exterior del cerebro hacia su interior; bien cuando reconstruimos objetos a partir del recuerdo, por así decir, de dentro a fuera». Las imágenes que se generan en nuestras mentes a partir de relaciones con cosas existentes exteriormente, lo hacen con ayuda de «las cualidades sensoriales simples» denominadas qualia, (un quale, en singular, es ese algo para un color, un sonido, una caricia, etcétera, que confiere identidad; por ejemplo, la cualidad que nos hace concebir diferentemente y concretamente un color), que recrean una escenificación consciente, con imágenes que pasan a la consciencia y otras que se forman, pero quedan fuera de ella. Esta distinta manera de considerar qué es una imagen, y específicamente qué es una imagen natural en cualquier ámbito sensible (para cualquiera de los sentidos), forma parte de los someros argumentos que arguyo aquí para dibujar un esbozo en pos de una mejor comprensión del contexto visual.
    Demasiadas definiciones y usos de «imagen» se refieren sólo a las imágenes visuales que se pueden de alguna forma generar —desde tiempo reciente incluso de forma automatizada con la IA— mediante dibujo, pintura, fotografía, cine, video, etcétera, y con sus vertientes digitales: dibujo digital, pintura digital, fotografía digital, videojuegos... En el ámbito restringido de lo visual, la teoría dominante suele pasar por alto las imágenes naturales y se detiene obsesivamente en las culturales. ¿Por qué dar tanto pábulo, como suele ocurrir, a las costumbres o hábitos visuales que implican un gran consumo de productos visuales o un elevado disfrute de las creaciones humanas en detrimento de otro tipo de miradas que están necesariamente atentas a todo lo que ofrece el ambiente? Estamos hablando, además, de imágenes de distinta especie que tienen cada cual su importancia. Las imágenes visuales llamadas naturales serían —en mi opinión, que difiere de las comúnmente admitidas— todas las que, en condiciones adecuadas, inundan las vidas de los videntes cuando la luz suficiente en el lugar donde se encuentran estimula sus ojos, incluya este lugar imágenes artificiales o no. Y ocurre que nuestra capacidad de abstraernos, inmersivamente, en la contemplación de las imágenes artificiales, cuando pasamos a verlas en «modo lectura de imágenes», nos hace olvidar que estamos usando el mismo sistema visual para ver una película en pantalla que para contemplar el mar desde la orilla.
    Habría una impostura en alabar enormemente las elaboraciones del chef y en menospreciar el hecho de que se disfrutan con el mismo sistema gustativo que sirve para degustar una fruta recién cogida del árbol; o embriagarse con los perfumes e ignorar que el mismo olfato recibe y proporciona el olor natural de los cuerpos y de los diversos ambientes; apreciar la música y la lengua hablada, pero no comprender que comparten ser sonidos con el rumor de las olas, el crepitar de las hojas de los árboles ante el viento, los miles de ruidos cotidianos. No debería haber oposición civilizatoria para el hecho de concederles valor, el que tienen, a nuestras visiones: a las imágenes naturales que por la razón que sea nos resultan especialmente significativas. Y poder extraer de ellas legitimadas consideraciones y tener reacciones de todo tipo, incluidas estéticas, filosóficas, políticas o sensuales, de forma similar a cómo está legitimado responder de esa forma ante unas fotografías de Man Ray vistas en el museo. Consideraciones y emociones no necesariamente vertidas en narraciones, en dibujos, o en procesos terapéuticos, pero susceptibles de ello.
    Serían las imágenes visuales naturales, por lo tanto, las que, de entre todo lo que existe ante nuestros ojos, podemos ver por nosotros mismos, siendo inmensamente abundantes y potencialmente significativas. Son las imágenes, primigenias además, que estarían siendo obviadas en la teoría y en la práctica. Una Iconosfera sensible y abierta al acervo biológico que representan las imágenes naturales, en el amplio sentido, además, abierto por Antonio Damasio, sería mucho más valiosa que una Iconosfera restringida a la sola consideración de las imágenes culturales. De la forma en la que están las cosas, ni un tipo de imágenes, las naturales por defecto, ni el otro tipo, las artificiales por exceso, son objeto de un adecuado conocimiento. Lo que provoca, en la teoría y en la práctica, graves inconvenientes debidos a una difícil sintonía. Se da una desatención a una clase de imágenes, las naturales, a las que, sin embargo, se les concede el estatus de imágenes por derecho propio. Siendo admitida su existencia no se ha alcanzado aún un cabal entendimiento de las mismas. Y se pasan por alto sus complejas implicaciones.
    También ocurre que se suele hablar de las imágenes sin establecer previamente unos contextos y definiciones que posibiliten la comprensión de lo que se trata. Y no se suele lidiar satisfactoriamente con la polisemia de la palabra imagen. Michel Pastoureau en su libro Los colores de nuestros recuerdos dice que «a lo largo de los siglos el color se ha ido definiendo sucesivamente como una materia, luego como una luz y, al final, como una sensación» y que hemos heredado esta triple definición. Creo que tal reflexión es también aplicable a las imágenes, por lo que a veces me parece que es inevitable referirse a ellas no sin cierta ambigüedad. No obstante y dentro de estos márgenes difusos, podría tratar de hallarse concreción conceptual. Considero, además, que lo visible y la visión nacen o surgen de forma natural, respectivamente, en el cosmos y en los seres vivos que este alberga, con una fecundidad y una importancia enorme, antes de que, ya en la actualidad, sea necesario tener en cuenta las formas de visión artificial que hoy son posibles y cuyo mayor desarrollo se espera para el futuro (distíngase entre visión natural/visión artificial e imagen natural/imagen artificial o cultural).
    Se puede seguir considerando, de todos modos, que las imágenes naturales al fin y al cabo son etéreas, inasibles, inmateriales y que lógicamente son obviadas, pues difícilmente se pueden objetivar. Pero a esto se puede aducir la base ontológica que la neurociencia permite ubicar; que existe la intersubjetividad que nos permite contrastar y compartir visiones; y que, además, estas imágenes transcurren en el soporte más caro de los existentes: nuestro propio ser.




miércoles, 25 de mayo de 2022

Contemplación crítica, intersubjetividad, lenguaje y filosofía

 

Autorretrato
"Autorretrato callejero" (Fotografía)

La experiencia que conlleva la observación de imágenes constituye una forma de aproximación a la realidad que no es sustituible por otra. La contemplación crítica de imágenes naturales y artificiales es un refugio necesario ante las inclemencias de la civilización. Durante mucho tiempo — tiempo en el que tanto ha acontecido — no se ha tenido claro qué eran las imágenes que veíamos. Desde que se consiguió, no obstante, conocer mejor en qué consisten las imágenes, hasta la fecha, los avances para desentrañar la naturaleza de las imágenes naturales no han sido demasiados. No se ha profundizado en una mayor comprensión a partir de esos conocimientos. Téngase en cuenta la importancia de la imagen natural en la vida humana y no humana, y que pese a ello no es considerada en sí misma y ni siquiera es habitualmente tenida en cuenta desde un punto de vista teórico. Entre las imágenes que son objeto de estudio, las imágenes naturales se encuentran relegadas ante el interés que sí suscitan las imágenes artificiales. Demasiadas definiciones y usos de «imagen» se refieren solo a las imágenes que el ser humano puede crear: dibujo, pintura, fotografía, cine, video, imágenes digitales, etc. Además, la emergencia de la realidad virtual, la realidad aumentada y la configuración del llamado metaverso se está iniciando cuando aún se ignora mucho de la imagen natural. 

 

"Bebé y madre" (Lápiz y pastel sobre papel)
 


Precisamente que la imagen pueda ser objeto de estudio nos hace comprender que no todo lo que respecta a la realidad percibida transcurriría en un nivel subjetivo. La intersubjetividad nos ayudaría en la tarea de alcanzar consensos sobre qué es lo que vemos. Podemos escrutar en la mirada del otro si está viendo lo que nosotros vemos y qué siente y piensa. Mediante la intersubjetividad compartimos unas realidades que de otra manera quedarían en la sombra subjetiva. La afinidad entre seres distintos hace que el ajuste entre subjetividades sea preciso y grandes afinidades producen grandes coincidencias. Cuanta menor afinidad haya, menos posibilidades habrá de compartir impresiones: ser humano no es garantía de entendimiento dada nuestra heterogeneidad. Como los procedimientos de aprendizaje se van dando desde la infancia mediados por la intersubjetividad llegamos a la edad adulta con un abundante bagaje intersubjetivo que puede ser evaluado críticamente por uno mismo.


Lo que pasa
"Lo que pasa" (Imagen digital)

 

El lenguaje, en lo que tiene de objetivo, contribuye con definiciones precisas a la apreciación de una realidad compartida. Y no solo de esa forma, asimismo, en lo que tiene de sugerente nos traslada a las regiones de lo simbólico y de lo estético. Lenguaje e imagen comparten la facultad de poder ser interpretados denotativa y connotativamente. Y probablemente comparten mucho más. En El error de Descartes, Antonio Damasio dice:

La mayoría de palabras que usamos en nuestro discurso interior, antes de hablar o de escribir una frase, existen en forma de imágenes auditivas o visuales en nuestra consciencia. Si no se convirtieran en imágenes, por fugazmente que fuera, no serían algo que pudiéramos conocer.

Para él, «el principal contenido de nuestros pensamientos son imágenes, con independencia de la modalidad sensorial en la que son generadas...». El carácter visual de las ideas habría sido manifiesto desde la antigüedad. Según el diccionario filosófico de José Ferrater Mora el término «idea» procede del griego ἰδέα, nombre que corresponde al verbo ἰδεῖν (ver). Ιδέα, pues, equivale, etimológicamente, a «visión», significando tanto el aspecto de una cosa como el hecho de verla. Las imágenes, con frecuencia imágenes visuales, participarían mayoritariamente en nuestro pensamiento. Lo que hacemos, realmente, es manejar imágenes. 



Platón
"Platón" (Imagen digital)

 

No ha existido en el mundo del pensamiento filosófico una ponderada comprensión del hecho perceptivo y su relación con el intelecto. Platón, por ejemplo, lo que hará es abrir una brecha entre los dos ámbitos de la vista y del conocimiento con su alegoría de la caverna. Parte de un encierro cavernoso que es metáfora de la prevalencia inculta de la visión que puede acceder solo a una sombra de la realidad. El conocimiento se alcanza, en oposición, tras una liberación, mediante una educación determinada y no otra. Yo, en lugar de una caverna puedo imaginar que, en realidad (aunque se trate de la realidad de una metáfora), hay un aula, que no es el torturador encierro de unos desdichados sino el ámbito en que discurren muchas de nuestras experiencias vitales. En dicho aula, por supuesto, no se está encadenado; en ella se va aprendiendo a manejar tu propio cuerpo, los sentidos, las emociones y el intelecto con ayuda de un profesorado indefinido. Posteriormente cuando el aprendizaje es suficiente, o, en cambio, cuando uno mismo lo considera inútil, se abandona el aula.

 



 

LAS IMÁGENES OBVIADAS